Mensaje para tí, que sabes que tú y tus equipos enfrentan los retos del vertiginoso pero excitante mundo laboral actual, pero que estás convencido que puedes hacer algo por mejorar las cosas y disparar el Éxito profesional? Imagina a Jorge, un profesional notable, Director de Capacitación en una corporación muy parecida a la tuya: una empresa con prestigio, pero que por dentro estaba tambaleándose. Era un viernes por la tarde: Jorge sentado en su oficina, agotado después de una semana brutal, con el escritorio lleno de papeles, reportes a medio leer y pendientes que parecían multiplicarse. De pronto, el teléfono empieza a timbrar, los mensajes de WhatsApp no paran, y entra una llamada. Era Ana, la Directora de Mercadotecnia, con esa voz firme que no admite rodeos: ‘Jorge, las juntas son un absoluto desastre. Pasamos toda la mañana discutiendo, no decidimos nada, y mi equipo está harto de perder el tiempo’. Ni siquiera le dio chance de responder y colgó. Antes de que Jorge pudiera procesarlo, llegó un correo de Luis, el Director de Ventas, con asunto en rojo: ‘Perdimos otro cliente. Nos dicen que tenemos serios errores de comunicación, que no proyectamos seriedad ni profesionalismo, esto ya no puede seguir así’. Y como si el universo quisiera rematarlo, Carla, la Directora de Recursos Humanos y su jefa, se asomó por la puerta, con cara de preocupación: ‘Jorge, la gente está agotada, no saben ni para dónde ir, nuestra imagen se está cayendo arriesgando nuestro distintivo de “great place to work”, y todos lo están notando’. ¿Te suena algo de esto? Porque a mí me suena a lo que ya he sentido muchas veces: esa sensación de que las cosas se desmoronan y no sabes cómo parar la caída. Jorge estaba en el ojo del huracán. Todos le exigían soluciones: querían juntas que sirvieran, una imagen profesional que diera confianza, equipos motivados, y todo sin salirse del presupuesto y en tiempo récord. Él quería demostrar que podía con eso, pero estaba perdido. Las opciones típicas de capacitación eran caras, genéricas y no entendían lo que su empresa vivía. Si se equivocaba, no solo decepcionaría a los directores, sino que su propia reputación se iría al suelo. Me imagino que tú también has sentido esa presión, ¿no? Querer resultados, pero no saber a quién recurrir. Un día, por pura casualidad, alguien le mencionó a Jorge mi empresa, Nolling Productivity, en una cena. ‘No son muy conocidos, pero dicen que saben lo que las corporaciones como la tuya necesitan porque han trabajado con clientes de gran renombre en el mundo financiero, farmacéutico, de asesoría contable, y de tecnología, entre otros, obteniendo resultados medibles y mejoras visibles en la percepción de imagen interna y externa’, le dijeron. Jorge dudó, y lo entiendo: ¿confiar en una firma pequeña y no conocida? Sonaba arriesgado. Pero al otro día sentado de nuevo en su oficina, la curiosidad lo picó. Abrió su laptop, buscó Nolling Productivity y ahí me encontró: una foto mía sonriendo y en calma, y un perfil que decía que había pasado más de diez años en corporativos como el suyo, enfrentando los mismos problemas que él tenía enfrente. Pero lo que de verdad lo enganchó fueron los testimonios y el tamaño de los clientes como BBVA, Chévez, Cisco, Novartis, entre otros, que aparecían listados en la página: ‘Redujimos el tiempo de reuniones a la mitad’, ‘La gente recuperó 1 hora diaria’, ‘Nuestra imagen profesional dio un giro de 180 grados’. ‘logramos cerrar más clientes nuevos en menos tiempo’. Aun así, dudó. ¿Y si era puro cuento? ¿Y si lo dejaba colgado? Al otro día me buscó, y cuando nos sentamos a platicar, le dije: ‘Jorge, sé por lo que estás pasando. Juntas que se eternizan, comunicación que confunde, una imagen interna y externa que no refleja lo que valen. Yo estuve ahí, y sé cómo sacarte de ese hoyo’. Le propuse algo concreto: talleres de 3 horas para hacer las reuniones efectivas, otro de igual duración para trabajar en la comunicación y Presencia Ejecutiva de los vendedores (más tarde esto se convirtió en una herramienta para el resto del staff también), y un último programa de capacitación de 10 semanas para ayudar a los empleados a lidiar mejor con el estrés laboral y levantar la moral, todo ajustado a su presupuesto y con resultados rápidos. ‘No es teoría’, le dije, ‘es lo que yo misma apliqué cuando enfrenté un caos como el tuyo’. Jorge se quedó callado, tamborileando los dedos en la mesa, con esa cara de quien está calculando riesgos. Le preocupaba que no funcionara, que Ana lo culpara por las juntas, que Luis lo señalara por los clientes perdidos, que Carla le reclamara por el ánimo del equipo. Pero saqué mis reportes de impacto y le dije: ‘Mira esto, Jorge. Una empresa como la tuya bajó un 30% el tiempo perdido en reuniones en solo dos meses. Otra recuperó la confianza de sus clientes y hasta ganó nuevos porque proyectaban seriedad. Y sus equipos dejaron de sentirse como máquinas rotas’. Le dije: ‘Sé lo que está en juego para ti: tu liderazgo, tu credibilidad, el futuro de la empresa. Por eso estoy aquí’. Él asintió, pero no dijo mucho. Esa noche, me confesó después, no durmió bien. Soñó con juntas eternas, con correos de queja, pero también me vio a mí, ofreciéndole una salida. Al día siguiente me llamó temprano: ‘Itzel, vamos a entrarle’. Reunió a Ana, Luis y Carla en su oficina, con café y panecillos, pero el corazón en la garganta. Les mostró mi propuesta. Ana, que ya no podía más con las juntas interminables, se emocionó con ‘sesiones cortas y efectivas’. Luis, que veía a sus vendedores hundirse, sonrió con ‘confianza para cerrar tratos’. Carla, que lidiaba con empleados agotados y una imagen interna hecha pedazos, anotó algo cuando leyó ‘entrenamientos enfocados en mejorar calidad de vida y aumentar la moral’. ‘¿Cuánto cuesta?’, preguntó Luis, siempre al grano. ‘Está dentro del presupuesto’, dijo Jorge, sintiendo que el nudo en su pecho se aflojaba. Ana fue la primera en hablar: ‘Hagámoslo’. Los otros dos asintieron, y así arrancamos. Una semana después firmamos el contrato. Cuando Jorge me dio la mano, me dijo: ‘Confío en ti, Itzel’, sintiendo por dentro una mezcla de emoción y responsabilidad. Empezamos con los talleres en productividad, y el equipo de Ana aprendió a enfocar reuniones, cortar el bla bla y salir con planes claros. En un mes, sus juntas pasaron de cuatro horas a 45 minutos y su equipo reportó recuperar una hora al día, y ella me dijo: ‘Itzel, por fin siento que avanzamos’. Con Luis, trabajamos en la imagen profesional: desde cómo se presentaban los vendedores hasta cómo respondían correos. En dos meses, cerraron tres tratos que tenían perdidos, y un cliente les escribió: ‘Ahora sí se sienten como una empresa seria’. Y con Carla, dimos herramientas al equipo: sesiones de práctica para bajar el estrés a través de la meditación, la respiración y rutinas de 101-15 minutos de ejercicio. En tres meses, la gente empezó a caminar con otro ánimo, y Carla me dijo: ‘Hasta las entrevistas de salida bajaron, están orgullosos de estar aquí otra vez’. Un día, Jorge me llamó a su oficina y me enseñó un correo de la alta dirección: ‘Gran trabajo, Jorge. Esto es justo lo que esperábamos de ti’. Me miró con una sonrisa que no le había visto antes y dijo: ‘Itzel, arriesgarme con tu empresa fue lo mejor que pude hacer’. Y no solo fue él: Ana, Luis y Carla empezaron a trabajar como equipo de verdad, la reputación de la empresa se levantó, y los empleados volvieron a sentirse renovados y parte de algo grande. Entonces, cuando pienso en tí y en lo que he escuchado sobre tus retos, veo la misma oportunidad. Tienen el talento, pero a veces las juntas los desgastan, la imagen no refleja lo que valen, y el equipo necesita un empujón. ¿Y si hacemos como Jorge? ¿Y si tomamos ese ‘riesgo’ juntos y lo convertimos en un éxito que todos noten? Porque yo sé que pueden ser los próximos en transformar su historia, y me encantaría estar ahí para verlo."